viernes, 9 de marzo de 2012

1912, viaje al año del ‘big bang’ de Kafka

1912 es un año decisivo en la vida y obra de Kafka. Tanto que, en su devenir, ni la una ni la otra, inextricablemente unidas, resultan comprensibles sin atender a ese tiempo eje. Varias son las razones que validan semejante argumento. En primer lugar, el 13 de agosto de aquel año Kafka conoce a Felice Bauer en casa de los padres de Max Brod. De todas las mujeres que articulan la vida emocional de Kafka, ninguna como Felice retrata no sólo lo que Kafka llegará a ser, sino sobre todo lo que nunca será: esposo, padre, un hombre con raíces. La relación con Felice, su vértigo de compromisos una y otra vez aplazados o rotos, dibuja con singular empeño esa infernal soltería, esa incapacidad (y, a la vez, ese terrible anhelo) para una vida doméstica al uso, que Kafka elevó a rango de inolvidable literatura.


Pero no solo la vida sentimental de Kafka queda marcada para siempre en 1912. También su vocación como escritor, su pasión y condena literaria, se cincelan aquel año. Tres datos bastan para confirmar dicha idea. A finales de 1912, Kafka ve publicado su primer libro: las prosas de Betrachtung, conocidas entre nosotros como Contemplación, un título sin duda menor pero no por ello menos crucial para la historia íntima de la literatura. Con todo, esta publicación no es lo más importante en el terreno creativo del año del que hablamos. Porque dos sucesos de hondísima significación marcan su trabajo en esas fechas.
De un lado, la revelación del "lugar natural" de la escritura de Kafka: la noche, el insomnio, las tinieblas en las que el autor de Praga desarrollará la parte del león de su trabajo. La noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, a lo largo de ocho horas ininterrumpidas de escritura, Kafka factura La condena, uno de los textos capitales para comprender la visión del mundo del narrador checo. Y lo hace en un estado casi mediúmnico, acaso sólo comparable al que embargará a Pessoa una noche de marzo de 1914 al pergeñar cincuenta poemas de El cuidador de rebaños. Poseído por un dios feroz y a la vez dadivoso, Kafka descubre aquella noche cuál será a partir de entonces su relación con la literatura. Mientras los demás duerman el sueño de los justos, descansando de sus afanes y miserias, él volcará su inquietante universo en interminables veladas que, como un motivo opaco, dibujan una de las telas mayores de la literatura de todos los tiempos.

El último eslabón literario para contemplar 1912 como año de gracia en la vida de Kafka es el más conocido. Entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912, en apenas tres semanas, Kafka escribe uno de los textos decisivos de la sensibilidad occidental del siglo veinte, y con pocas dudas el fragmento que con mayor hondura ha reflejado el angst del sujeto contemporáneo: durante veinte fecundas noches, en la Niklasstrasse de Praga, nuestro hombre redacta, para asombro de las generaciones futuras, La metamorfosis.

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